Radiografía de la economía del estudiante universitario

Esto es: ,

*Nota publicada en 2008 en el sitio red-accion

Y sí, pasa. Llega el día en que aquellos derrochadores compulsivos ingresan a la Universidad, se van a estudiar lejos de casa y, de repente y sin preámbulos, se encuentran con la cruda realidad: la de administrar el dinero con el que cuentan para sobrellevar la semana o el mes.

Y es entonces cuando llega el momento en que aquel que alguna vez no regateó en desprenderse de unos cuantos billetes para saborear deliciosos manjares de golosinería, ahora se encuentra contando papelitos una y otra vez.

El estudiante cuenta los preciados papeles separando por montoncitos aquellos que serán destinados a las nuevas fotocopias, los que se guardarán con extremo celo para el pasaje de vuelta al hogar y los que servirán para alimentar sus mentes exhaustas y los cuerpos cansados de las caminatas roquenses.

Quisiera detenerme en este último montón. El universitario es extremadamente cuidadoso en su manejo, aunque ello implique, algunas veces, resignar algo de calidad por sobre la cantidad y el conveniente precio. Algunos mercados entienden. Otros no tanto.

- Mmm… dos cebollitas y… a ver, ¿ése es el precio del morrón?- pregunta esperanzada la estudiante ante un cartel discreto. El verdulero sonríe divertido ante la ocurrencia.

- Ése es el precio de los 100 gramos- aclara con una sonrisa un tanto socarrona.

- Ahh, ¡pero qué bueno! - ironiza la joven- entonces las cebollitas nada más, gracias.

Será cuestión de probar en otro lugar, con la esperanza de que sea de esos que sí entienden. La universitaria repetirá la pregunta. Esta vez escucha una respuesta más adecuada a sus posibilidades.

- Entonces llevo uno, pero el más chiquitito que tengas

- Pero podés llevar la mitad, si querés- observa la vendedora y, ante tal oferta, la joven no puede más que aceptar entusiasmada y agradecida. Al salir del mercado, la expresión esta vez es de triunfo. Dos cuadras más, cinco minutos más de frío, pero ha valido la pena. Éste era de los que sí entienden.

Ahora bien, adquirir material de estudio es otra preocupación en la agenda (o en este caso, billetera) del universitario. El montoncito que el estudiante reserva para esto es siempre de considerado volumen. Comprar un libro, pese a la preferencia de éste por sobre las apolilladas fotocopias, resulta ser la mayoría de las veces, mala palabra. Y al momento de bajar el material de Internet, no será raro encontrar al paciente estudiante achicando márgenes con empeño y comprimiendo textos hasta los límites de lo legible, para corroborar con júbilo que lo que al parecer serían tres carillas, ahora imprime orgulloso como una y media.

Y de este modo transcurre la semana, y es entonces cuando llega el momento en que el freezer, que días atrás presumía variedad de congelados, ahora se ahoga en su propia escarcha. Y la heladera y la alacena tampoco corren con mejor suerte. Y es entonces, cuando se recurre a lo que científicamente se conoce como “la cena comunitaria”, de acuerdo a sus más expertos conocedores. Esta Última Cena (de la semana) nada tiene que envidiar a la austera versión bíblica. Pues aquí los estudiantes hacen uso de sus más imaginativos recursos y con un poco de solidaridad y creatividad, dicen, y esto no es mito (aunque bien calificaría como digna epopeya) se puede lograr una comida grupal al módico precio de $1 por comensal.

Y es así que, tras una ardua semana de trabajos prácticos, exámenes, clases, trabajo y gastos, gastos y más gastos, por fin el sol sabático asoma y es el momento del retorno a casa para los afortunados que viven en localidades aledañas a la ciudad manzanera. Y no hay momento más crucial que éste… Es momento de comprobar si la administración cuidadosa ha dado resultado. Pero aquí un universitario ha tropezado. No ha contabilizado bien ese montón. EL montón. El de los papelitos que lo llevarán a casa. Una vez más, recurre a una jugada estratégica. El universitario tiene sus raíces en el ventoso Neuquén, pero al momento de sacar su boleto, no quedándole más alternativa, anuncia:

- A Allen, por favor

Será cuestión de arriesgarse. Será cuestión, tan sólo, de perderse entre la multitud de pasajeros y pasar desapercibido cuando la capital de la pera se pierda de vista y él aun continúe allí, reclinado en su asiento, rogando no ser descubierto. Será cuestión de hacerlo. Después de todo, la vida del universitario no es fácil y, al final de la semana, no hay nada mejor que estar en casa.


Inseguridad selectiva

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En una publicación anterior hablé de un virus ocasional... Ahora me tomaré el atrevimiento de hablar de una enfermedad crónica, progresiva. Esa que hace que nuestros barrios se conviertan en territorio hostil. Un sálvese quien pueda donde todo simboliza amenaza. Por acá no pasás, y si pasás quedás como huevo frito.

Es la inseguridad. Inseguridad nuestra, inseguridad creada. Es el miedo selectivo: miedo de que un pibe me robe el celular, pero no a que un gobernador corrupto se robe la plata de mi provincia (que, por supuesto, vale mucho más que un celular). Miedo a que me asalten en la parada del colectivo, pero no miedo a que maten a un maestro en un corte de ruta.

La inseguridad hoy tiene clase social. La inseguridad no la tiene el pibe o la piba que duerme en la calle; la persona cuya dignidad pende del hilo de una caja de vino; la familia sin techo; los niños y las niñas sin oportunidades. Pero la inseguridad es ellos. Son ellos quienes nos amenazan, ellos quienes nos recuerdan todo lo que podríamos ser si perdieramos nuestro preciado status. Ellos contra nosotros y nuestros bienes materiales. Ellos, estigmatizados como enemigos del sistema que los corre y los cerca para no verlos.

Después, cuando ya no quedan cercos para ellos nos cercamos a nosotros y nosotras mismas. Y allá afuera hay todo un negocio esperando y alimentando ese miedo: rejas, portones, alarmas y seguros. Construímos nuestra propia cárcel de miedo, con los medios de comunicación como celadores. Esos que te dicen que así estás bien, porque afuera está la barbarie, la anarquía temida, el caos.

Así que quedate tranquilo, tranquila. Adentro. Viendo -como dijo una amiga, sabia- la luz del sol entrando aprisionada por las rejas que construiste para encarcelarte. Aunque, pensándolo bien, si ahora estás viendo el frente de tu casa pasando entre estas imágenes, probablemente te he dado la razón. Hay que tener cuidado. Nunca se sabe qué extraña puede andar acechando tu hogar, esperando que cierres la cortina para tomar unas fotos y criticarte, después, en un blog cualquiera.