El niño y los ladrillos

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Vamos a pensar que su nombre es Juan.

Juan despertó una mañana de mayo con una tarea pendiente. En Barrio Nuevo de General Roca la vida transcurre lenta y desconectada de los accidentes diarios y los transeúntes apurados del centro de la ciudad. En Barrio Nuevo tampoco hay de esas rotondas que pululan a rolete en el resto del mapa urbano. La mayoría de las calles son de tierra y en esta mañana descripta les ha tocado recibir cantidades de vecinos que cruzan de vereda en vereda buscando el pan para inaugurar el desayuno, o para remojar el tuco del almuerzo que servirá para aplacar el frío otoñal.

En este barrio está Juan comenzando su tarea. No hubo escuela para él, esto es otra cosa. O quizás concurra a la tarde. Sólo hay especulaciones en esta narración de observadora distante a quien la ¿suerte? y un motor recalentado obligaron a detener en este barrio populoso del noroeste de la ciudad.

Unas cuadras más allá Juan levanta dos, tres, hasta seis ladrillos. Su cuerpo es pequeño y su edad no debe superar los 9 años. Pero ha demostrado que con ellos puede, y debe. Son dos pisos de escaleras los que debe subir para ubicar los bloques anaranjados en la estructura en construcción que los precisa. Está solo, alguien le ha encomendado el trabajo para que esté listo a su llegada.

Juan, obediente, arranca con los primeros seis y sube, con prisa, los escalones. Está muy lejos de concluir. En el suelo todavía le aguarda una pila numerosa de ladrillos por levantar. La bajada también será rápida. Le urge terminar y volver al abrigo de quién sabe cuál de todas las casitas amontonadas en la cuadra barrial. Porque le ha tocado una jornada de viento, habitual y molesta en estos lados de la Patagonia, en esta época del calendario.

Juan toma con sus manos de niño unos seis ladrillos más y emprende una nueva subida. La vuelta será esta vez más penosa. Se nota en su andar acompasado. Sabe que la próxima será aún más difícil. Subirá una escalera y otras más, levantará el peso con el que apenas puede lidiar. Perderá un día más de escuela o una mañana más de jugar.

A Juan hoy le tocó esta tarea. No es de escuela, esto es otra cosa. La única matemática que tendrá que hacer es la de seleccionar cuántos bloques podrá levantar.. y, si ha tenido las clases suficientes, calcular cuántos restan para poder terminar.



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Quinceañera

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Foto: http://ambushstudio.blogspot.com
A la quinceañera los zapatos le pesan. Son demasiado elevados. La quinceañera no sabe caminarlos. Le ha tocado asumir el personaje de "mujer" en este día de mayo que de otoño ya no tiene nada. Camina con pesar y con frío evitando el pasto húmedo que no pide permiso entre las veredas angostas del Parque Central

El viento azota firme, pero despacito, mientras la quinceañera trata de cubrir su torso demasiado expuesto con la suerte de capa que le han diseñado para la ocasión. El aire patagónico es frío y la quinceañera está demasiado cerca de las cascadas de agua de red que imitan el Mar Argentino en el centro de Neuquén.

La quinceañera usó zapatillas hasta los catorce. Y apenas 15 minutos antes de vestir con las galas propias de una fantasía de Disney o de la familia real que la obligaron a elevarse 13 centímetros sobre el nivel del suelo. La quinceañera usó zapatillas hasta los catorce y a los quince las seguirá usando. Y a los dieciséis. Y a los diecisiete. Lo de la quinceañera es una noche. Un disfraz de señora sofisticada con pestañas grandes, maquillaje para disimular las imperfecciones que a los catorce no existen. Y las cejas depiladas de golpe, porque hasta los catorce fueron naturales.

La quinceañera lleva detrás una comitiva de familiares ansiosos. Y un fotógrafo delante que la obliga a olvidar el frío y le indica poses de muñeca entre las sendas asfaltadas del paisaje obrado por la gestión municipal.

Y en la noche del sábado, los flashes pestañean. La quinceañera cruza una vereda y se encuentra con otra de igual especie. Sus miradas confunden inseguras crítica y empatía. No se deciden. Optan por esbozar la sonrisa que mantedrán toda la noche. Con suerte, sin ortodoncia.