Abusos

Esto es: , ,


Miércoles. Calle Teodoro Planas, casi Avenida Olascoaga de Neuquén. Seis de la tarde pasadas. Dos policías aburridos deciden que el chico que pasa por enfrente de ellos se merece un cateo ilegal en la vía pública. Que el hecho de portar armas en su cinturón y llevar botas negras y un uniforme azul los habilita para hacer gala de su “poder” de amedrentar. De hacer una demostración pública.

Lo dan vuelta contra la pared. Lo empiezan a tocar...

Media cuadra más arriba, en la transitada multitrocha, casi ocurre un accidente. No importa, no estaban mirando. Ellos se encargan de otras cosas. De revisar los bolsillos de este muchacho, por caso.

Revisar los bolsillos de forma ilegal. Ilegal como pedirle el documento sin pretexto. Ilegal como sus manos en las piernas del joven, en el torso, sobre y debajo del pantalón, de la remera. Bajo, bajísimo como lo que le dictan al oído.

Lo tocan por turnos. Un poquito uno, mientras el otro mira el documento que el joven entregó. Después cambian y él toca también, las piernas, los bolsillos de nuevo. Por las dudas de que al anterior se le haya escapado algún detalle.

Sólo cuando, 10 minutos más tarde, se dan por vencidos, lo sueltan. El pibe se guarda sus cosas en los bolsillos de nuevo y sigue su marcha, confundido. Los policías lo hacen también, en dirección opuesta, hablando entre ellos de quién sabe qué.

Imaginar ese diálogo no podría más que sulfurar este escrito.

Es que indignación es poco. Es un poco más que bronca. Hacia ellos y hacia mí misma, por no haber hecho nada. Por no acercarme a preguntar “¿eso que están haciendo no es ilegal?”.

Será que el “no te metás” ha calado más hondo de lo que pensábamos. Y será porque muchos motivos que engendraron esa frase -este miércoles se demostró- también.


La foto es de archivo y meramente ilustrativa.