Foto: Jorge Ariza (8300web) |
Está perfecto. El de “honorable” es un adjetivo que describe, según la RAE, a aquello “digno de ser honrado o acatado”. Es un término anacrónico que posiciona al cargo de diputado en un nivel por encima del resto de la ciudadanía, la "no honorable", común o no digna de ser acatada de la misma manera. (¿Hace falta dar algún ejemplo?)
Sin embargo, si quisiéramos profundizar en ese debate bien podríamos hablar del edificio de la propia (y próximamente no honorable) Legislatura. Esa obra de 48 millones de pesos posicionada -literalmente- por encima de todo, alejada de los barrios, del ruido del tránsito y de las manifestaciones. Un micromundo de mármol, alfombras, despachos con vista al río y ambientes lo suficientemente amplios para recorrerlos, por lo menos, en bicicleta.
¿Cuántos escalones hay que trepar para ingresar al salón principal? ¿Cuántos guardias de seguridad hay que sortear? ¿Cuántas veces tenemos que identificarnos y a quiénes pedir permiso para golpear la puerta del despacho de un diputado o una diputada?
No importa. El proyecto del diputado Sapag tuvo dictamen en comisión y seguramente será respaldado por sus pares en la próxima sesión legislativa. Y se aplaudirá desde el recinto a donde casi no ingresa público, pero que puede verse desde internet.
"Dime dónde te ubicas y te diré quién eres: La Legislatura neuquina (o la infamia hecha edificio)", tituló un compañero hace ya varios años a una monografía.
Un leve recordatorio de que lo material también hace a lo simbólico.